La mariposa y el pescatero

Todas las semanas se acercaba al mercado, no siempre le hacía falta comprar, pero acudir a aquel espacio, dar una vuelta, escuchar conversaciones entre tenderos y compradores le producía buenas sensaciones.

Pasaba un rato charlando con los tenderos y especialmente le subía el ánimo, le hacía sentirse deseada y se iba de allí con una sensación en el estómago que algunos describen como si lo tuvieras lleno de mariposas revoloteando tras conversar con el pescatero.

Elsa más bien salía por la puerta del mercado sintiéndose una mariposa, volando de aquí para allá durante – ¿cuánto vive una mariposa? Apenas unos días- más o menos dos o tres día, así que sí, se sentía mariposa revoloteando por las calles durante un día o dos.

Después de este tiempo, dentro de su rutina diaria, en casa, en el trabajo, en el gimnasio, a solas o acompañada por algún amigo o amiga, se sentía como una larva esperando a que se rompiera la cobertura. Retornaría a ser mariposa tras hacer una visita a ese tendero que con solo unas miradas y tres o cuatro palabras conseguía romper las paredes que envolvían a la larva y que surgiera de nuevo la mariposa divertida e ilusionada unas horas, o unos días.

Elsa había imaginado la sonrisa del pescatero entre la barba que se adivinaba a los lados de la mascarilla. Su mirada le provocaba calidez y sencillez, no pedía mucho más; pero le generaba mucha curiosidad saber cómo era su cara completa, aunque se imaginaba que su sonría sería como su mirada, sincera y suave.

Había fantaseado con distintas situaciones de cómo sería un encuentro con el pescatero sin que mediara el puesto repleto de peces, marisco, hielo y perejil entre ellos; parecía que por pura casualidad aquella coincidencia no se daba. Vivían en una ciudad de tamaño más bien pequeño, pero nunca se había topado con él en ningún otro lugar que no fuera el puesto de la pescadería.

Sus ensoñaciones iban en aumento mientras era mariposa, su pensamiento era positivo, casi ideal: chocarían al doblar una esquina y ambos sonreirían, se mirarían bañándose en esa mirada y con complicidad comenzarían a reír a carcajadas; dudarían, pero tras pedirse perdón simultáneamente, ambos irían a tomar algo para charlar un ratito y luego ya, lo que surgiera.

Con el paso del tiempo desde la última visita al mercado, la mariposa se iba marchitando y el miedo a un posible encuentro desafortunado crecía, entonces pensaba que no se lo encontraría jamás, que no tendría valor para saludarle, que no la reconocería o que cualquier semana que fuera a buscarle, ya no vendería pescado y no volvería a verle.

¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía hacerlo? Sentía la necesidad de tomar una decisión, sin embargo no sabía si era buena idea forzar una situación o era mejor dejarlo al azar, esperar a que surgiera la oportunidad, así que, por lo pronto decidió no tomar ninguna decisión.

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