Esto

Hoy ha decidido salir. Lleva 25 días confinada, como todos sus compatriotas y parte de la humanidad. Hasta el día de hoy, sentía que su situación tenía algo de diferente, aunque sólo fuera una pequeña mota de polvo metafórica. Algo en su cuerpo le hacía creer que se encontraba en una situación distinta a la del resto de las personas confinadas en sus casas.

Su pequeña mota de diferencia, aunque para ella no fuera pequeña sino una nube de polvo que le cubría el cuerpo entero, era también su talón de Aquiles. Cuando empezó a oír aquello de “Quédate en casa”, Laura, que llevaba meses prácticamente confinada no por obligación externa, estaba empezando a salir a la calle de nuevo.

Había pasado un invierno malo, de esos que algunos dicen que es mejor olvidar, y otros, sabiamente, prefieren recordar por aquello de ser conscientes de lo que le afligió, por haber aprendido algo de la situación vivida o simplemente para saber qué es aquello que no se quiere volver a experimentar, si es que se puede.

Laura había dejado de sentir alegría, de emocionarse cuando una amiga le contaba que había encontrado un trabajo y que éste le hacía sentirse bien consigo misma. Había olvidado lo que sentía al pasear un día soleado y notar los rayos del sol en la cara, al oír a los pájaros cantar y al ver cómo las flores salían de su letargo. En un pasado no muy lejano disfrutaba de estas pequeñas cosas y también de otras. Sin embargo, desde hacía unos meses su interior tenía un sabor amargo que le hacía lamentarse y sentirse asqueada por lo que había dentro y fuera de él.

Después de un largo tiempo así, y tras mucho esfuerzo por su parte, estaba comenzando de nuevo a advertir algunas sensaciones agradables al cocinar o al llevarse un bocado a la boca, no sólo por el mero hecho de nutrirse y no desfallecer. Laura había comenzado a volver a surgir lentamente, y entonces llegó Esto.

“Ahora puedes dedicar tiempo en la cocina y hacer platos ricos, como a ti te gusta” le dijo una amiga. Frunció el ceño al oírlo, y volvió a fruncirlo al recordarlo. No le gustaban esas simplezas.

Esto. Así había decidido llamarlo Laura. Esto parecía la excusa perfecta para volver a recluirse en su interior amargo y dejarse mecer por él, mal que no fuera un vaivén agradable. El contratiempo  entonces,  era que Laura se encontraba a medio camino de percibir ese interior más dulce,  de notar que el balanceo en el que podía sumirse, fuera placentero y no agrio y molesto.

Laura no sabía, de nuevo, lo que iba a suceder, lo que iba a depararle Esto, pero a fin de cuentas, un día cayó en la cuenta: ¿Y quién puede saberlo? Decidió aferrarse a esta pregunta para intentar no retornar al amargo balanceo.

Sí, nadie podía saber qué iba a suceder, así como tampoco podía saber nadie qué hacía ella en su casa, de puertas para dentro: no podían juzgarla, ni verla, ni si quiera olerla, ni tan solo advertir su presencia. Su casa era su lugar seguro, donde sentirse bien; podía empezar a hacer algunas de esas cosas agradables allí, en su casa, observarla e intentar mirarse a sí misma con otros ojos.

Un día escuchó, o leyó en alguna parte todas las actividades que hacía la gente para mantenerse ocupada y se descubrió sonriendo al imaginar a aquellos que se ponían a hacer gimnasia durante horas para después poder cocinar algún postre gocho y equilibrar la balanza.

Laura se tomó al pie de la letra aquello que muchos recomendaban de no obligarse a hacer cosas, y le vino muy bien, pues el primer día cuando oyó los aplausos desde su mecedora particular, no le apeteció salir. “Estoy ocupada haciendo otra cosa”, se dijo.

Fueron pasando los días y no hubo ninguno en que no oyera los aplausos a todos los que estaban luchando día a día por los demás. Algunos días le hacían sentirse culpable por no salir a dar una muestra de apoyo, otros se sentía orgullosa de aguantar dentro sin hacerlo. Otros días sentía rabia, una rabia que no había sentido nunca. Rabia hacia los demás, hacia los aplausos que sonaban y sobre todo hacia las canciones que les acompañaban. No, sobre todo no, ante todo, esa rabia surgía de una voz dirigida hacia ella misma.

Esa voz que intentaba colarse en su cabeza, muy sutilmente al principio, poco a poco iba creciendo y tomando una forma más sólida: “Pruébalo un día y después ¡ya verás que haces!” Pero ella, persistente en su batalla interior, la intentaba apartar rápidamente, como quien borra lo escrito suavemente en un folio con un lapicero sin dejar huella alguna.

Desde que ha abierto los ojos por la mañana, esa voz ha brotado y le ha acompañado a cada minuto del día. Ha ido cogiendo fuerza, como el sol va aumentando su poder calorífico según pasan las horas de la mañana hasta su punto álgido a medio día.

Siendo así, Laura no ha podido esta vez intentar mecerse en sus pensamientos oscuros para después debatir con ellos desde su mecedora particular. Así que no le ha quedado otra que intentar luchar contra su ácido interior y se ha dado cuenta de que está cansada de combatir, pero algo ha cambiado en la batalla, esta vez no quiere dejarse ganar. Acostada en su sillón movible ha discutido consigo misma sobre Esto y sobre los sentimientos que le produce la situación de confinamiento.

También ha cocinado uno de sus platos estrella, pollo a la provenzal, y al sentarse a la mesa, preparada con mimo aquel día, se ha descubierto, por primera vez desde hacía largo tiempo, disfrutando de la comida sin amargura.  Hoy, ha decidido salir a las ocho de la tarde. 

 

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