Boceto adaptado

Paco iba caminando por una calle en cuesta, con aceras no demasiado anchas y con árboles enclaustrados en el cemento. Media sonrisa asomó a su boca porque, aunque durante toda su vida se había dedicado a ser un manitas, en ese instante se sintió como si fuera un filósofo, o mejor dicho, un medio pensador. Mientras daba pasos cortos y lentos, sacó el móvil, y pensó que quizás alguno de aquellos pensamientos que le estaban viniendo a la cabeza le sirvieran en algún momento para algo.

Su sobrino le había enseñado aquel domingo de comida familiar que en el móvil existía una función para anotar diversidades que quisiera guardar y después ayudarle a recordar. Buscó la carpeta (¿o era una aplicación) de notas y escribió: El cambio es la única constante y el ser humano se adapta.

Después de acordarse de que al llegar a casa no podía olvidarse de limpiar la pantalla del móvil, continuó subiendo por la calle. De pronto se fijó en que la calle se ensanchaba y formaba una especie de plazuela enana; no llegaba a ser una plaza redonda o cuadrada, parecía como si al llegar a la mitad de su construcción, alguien hubiera decidido que no hacía falta entre aquellas calles y casas una plaza y había vendido al mejor postor el trozo que le faltaba a la medio plazuela para ser una plaza como dios manda.

No había reparado en ella en todos los años que llevaba viviendo en aquel barrio.  Siempre salía de casa con unas prisas y volvía con otras distintas, así que tampoco le dio demasiada importancia a su falta de atención. En un lateral había un banco, tampoco se había fijado nunca en él.  Como aquel día no tenía ninguna de aquellas prisas de antaño se sentó en él y respiró hondo. Le apretaba el pantalón a la altura de la barriga incipiente, pero Paco se encontraba enfrascado en las ideas que le venían a la cabeza así que tampoco se dejó arrastrar por la presión abdominal. Volvió a sacar el móvil y anotó:  

Durante estos meses han corrido por nuestra mente incertidumbres, muchas de ellas compartidas a lo largo y ancho de nuestras calles, nuestros pueblos, nuestros caminos, nuestras plazas.

Paco, además de sentirse filósofo aquel día, podía contemplar lo que tenía a su alrededor, fijar su atención en objetos e ideas en las que antes no había reparado y trazar un esbozo de opinión sobre aquello que le rodeaba en ese preciso instante, aunque sólo fuera una apreciación generada y guardada para él mismo.

Ojalá hubieran terminado aquella plazoleta –pensó sin quererlo– correrían los perros, y los niños, se escucharían sus ladridos y sus risas. Puede que incluso a algún vecino se le hubiera pasado por la cabeza poner un bar, y colocar una terraza donde se tomarían el vermut, y la caña del atardecer con unas tapitas. Se juntarían allí con los amigos o con la familia a charlar sobre cómo pasa la vida.

Cómo pasa la vida, se dijo Paco para sus adentros, y su faceta de pensador volvió a manifestarse. Al rebuscar en el bolsito que desde hacía unos meses llevaba colgado al hombro para poder portar todo lo que le hacía falta y ya no le cabía en los bolsillos del pantalón, encontró una pequeña libreta y un boli. Ahora sí que podría dar rienda suelta a sus cavilaciones tranquilamente, escribiendo en papel, como se había hecho toda la vida.

Las reflexiones aparecían cual luz de bombilla con una velocidad que su mano no era capaz de seguir; aún así, consiguió plasmar en la cuartilla lo importante para él:

Una de las incertidumbres que me acompañan cada momento del día es la idea de si después de todo lo vivido, lo perdido, lo añorado y lo deseado, se modificarían las cosas. Las cosas en general, y en particular. Saber si las personas nos transformaríamos y también nuestra manera de relacionarnos con el mundo y con los demás.

Los primeros días de esta situación extraña que nos ha tocado vivir, y que jamás hubiéramos imaginado, para muchos era una certeza que algo dentro de nosotros variaría, y la sociedad aprendería a vivir de una forma distinta. 

A día de hoy, se me muestra con claridad una certidumbre: ya hemos cambiado. En cada uno de nosotros, durante este tiempo diferente, algo se ha transformado. ¿O es que siempre se está evolucionando pero ahora hemos tenido los ojos y las mentes menos ocupadas para poder verlo?

La incertidumbre puede surgir entonces de lo que vendrá cuando esta situación (anormal, llaman algunos) “acabe”. ¿Las cosas volverán a renovarse hacia atrás o permanecerá algo de lo que ya hemos modificado?

Puede que sí, o puede que no. El principio de incertidumbre señala que la propia observación de un fenómeno, por el mero hecho de ser observada, genera modificaciones en dicho fenómeno. Partiendo de este principio y, por supuesto, de la constante de cambio, simplemente por estar ahí, donde cada uno esté, está introduciendo una variable de indeterminación produciendo algún tipo de efecto sobre ese fenómeno o situación.

Nuestras vidas volverán a cambiar, eso es seguro. Me planteo, entonces,  si esa modificación será una vuelta a la situación anterior o será una evolución distinta, una nueva adaptación.

Al poner el punto y final a sus elucubraciones, levantó la vista de su cuadernito. Se sintió relajado, en paz consigo mismo y con el mundo. Una leve brisa le animó a respirar profundamente y disfrutar de sus reflexiones, ahora ya estampadas para siempre en papel.

Paco meditó que al menos sentía seguridad respecto a un elemento: toda esta experiencia vivida de algo había servido y continuaba sirviendo, aunque fuera sólo para él mismo. Podía intuir que iban a aparecer más ideas filosóficas que de alguna manera le ayudarían a adaptarse al nuevo cambio, a fijarse con mayor atención en lo que tenía alrededor, a pararse y observar sin prisa, y a escribir todo aquello que le apeteciese en su cuadernito de pensamientos.

 

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